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Foto: Roxanne Desgagnés
Pensar la distancia implica abrir espacios para discutir sobre los problemas que siguen vigentes sin importar la llegada irreversible de una nueva normalidad relativa. Uno de los temas que ha ido tomando fuerza en las últimas décadas tiene que ver con la reivindicación del otro, la búsqueda de mecanismos innovadores para darle relevancia a los diferentes, desiguales y desconectados de la globalización.
La mujer se ha visto como ese gran otro que no existe. Gracias a las constantes luchas feministas se ha podido posicionar dentro del sistema patriarcal, que ante todas las formas tiene el control y gestión sobre la vida, donde también pretende tener un control sobre los cuerpos femeninos. La dominación masculina es una realidad que se asume como una normalidad incuestionable.
Los desafíos mayores del porvenir, ahora trazados por un contexto pandémico, son igual de propicios para desmontar paulatinamente las visiones machistas del mundo, que rigen las normas e imponen modo de ser, hacer y ver.
Se ha dado por sentado que la mujer, en el sadismo de la enseñanza, ha tenido que aprender a verse a sí misma desde la mirada masculina. La relación con el cuerpo se concibe en una serie de hostilidades presentes en todas las formas posibles de control y estrategias sociales de reproducción, que se despliegan en formas sofisticadas de violencia física y simbólica contra las mujeres.
El cuerpo, el reconocerlo, es afirmar la propiedad de un territorio que nos pertenece. El movimiento feminista, como agenda contra-hegemónica, busca desmontar la tiranía corporal, que a largo plazo ha cristalizado y legitimado figuras deformadas de mujeres sumisas y moldeadas desde los antojos masculinos. Hay que Aprender a buscar estrategias para conceptualizar nuevas formas de mirarnos como cuerpos que piensan y ejercen poder, donde también las virtudes comprenden pensar la distancia y repensar los vínculos con la existencia, sacando provecho de las nuevas tecnología y formas de promover la crítica desde la visión femenina.
El cuerpo es la primera soberanía que tenemos para desarrollar la existencia. La pregunta clave que surge es: ¿cuál es la relación del cuerpo que habitamos con eso que está fuera de nosotros? ¿Cuántas formas de violencia pueden percibir a partir de la asimilación plena del cuerpo, y cómo digerir luchar con esa realidad y poder cambiarla?